Sobre Nosotros

Mi nombre es
Arturo Perez

Crecí en la iglesia y conocía la Biblia, pero por muchos años me olvidé del evangelio y el amor del Señor que ha prometido a través de este mensaje de las buenas noticias.

Este es el testimonio de mi fe cristiana.  

A pesar de haber tenido una niñez muy feliz rodeado de familiares y amigos que me amaban, desde temprana edad me atormentaba la idea de que la muerte es inevitable. Esto me preocupaba mucho y sufría secretamente.

Mis abuelos y familiares recomendaron a mi madre mantenerme ocupado con distracciones. Así que viajaba, tocaba instrumentos musicales, practicaba deportes y era muy aplicado en mis estudios como cualquier otro niño normal.

Más adelante, siendo un adolescente, fui invitado a una iglesia evangélica en Santo Domingo (IBSJ) donde entendí que era un pecador, que no puedo salvarme a mí mismo, y que las buenas noticias del evangelio me invitaban a confiar en Jesucristo para salvación.  

Así que por casi 25 años fui parte de esta iglesia local en la cual crecí y fui entrenado en el estudio de la Biblia, sus idiomas originales, la teología, y otras materias. Sin embargo, aunque tenía mucho conocimiento sobre la Biblia y estaba predicando el evangelio, yo no entendía el evangelio.

Aquel evangelio que me sorprendió en mis primeros meses en la fe fue algo que comencé a olvidar de manera implícita, y comencé a pensar que en cierta forma el mensaje del evangelio era para los incrédulos, mientras que los cristianos debíamos enfocarnos en profundizar en otros temas “más avanzados”.

Al olvidar el evangelio, dejé de mirar a Cristo y Su obra perfecta en mí, para centrar mis esfuerzos en mí mismo y mi obra imperfecta para Él.  Esta situación me llevó a dudar de mi fe porque mientras más estudiaba la Escritura para entender cómo agradar a Dios de manera más precisa, más lejos me veía de cumplir las demandas perfectas de la santa ley de Dios.

Estuve en esa condición por muchos años hasta que fui relocalizado a los Estados Unidos. En ese momento ya era un creyente maduro en la fe pero seguía teniendo esta angustia existencial porque no podría entender la paradoja de ser cristiano mientras experimentaba luchas espirituales en contra de mi falta de amor a Dios y al prójimo, por no decir que también me preocupan los pensamientos pecaminosos que pasaban por mi mente.

Erradamente, caí en la duda de pensar que tal vez Dios no me había elegido para ser salvo. En otras palabras, si a estas alturas de mi vida cristiana todavía estaba experimentando los embates del pecado en mi corazón, pensé en la posibilidad de que yo no fuera realmente cristiano. No podía entender cómo siendo creyente todavía detectaba evidencias de pecado en lo más profundo de mi corazón.

Al mirar atrás, pienso que una de las razones por las que llegué a esta situación fue porque, en mi deseo de “agradar a Dios”, dejé a Cristo atrás. Estaba confiando en mi propia justicia que es conforme a la ley en lugar de confiar en la justicia de Cristo que es conforme a la fe.  

Un poco después, luego de encontrar una iglesia cerca de donde vivo en el sur de la Florida, fui sorprendido por la misma gracia de Dios que había olvidado y que probablemente no había entendido en esta dimensión. Tan pronto como fui recordado del evangelio, el mensaje de la Buena noticia tocó fibras internas de mi corazón que no habían sido tratadas desde mi niñez. Todos mis temores, ansiedades, y dudas existenciales desaparecieron cuando lo escuché.

Todo lo que había aprendido desde mi juventud me hizo sentido de manera que ahora podía conectar distintos puntos de la Escritura que no había podido relacionar anteriormente con el evangelio de la justicia de Dios en Cristo que continúa siendo aplicado a mi vida en el presente. El evangelio me vivificó.

Todo lo que había aprendido desde mi juventud me hizo sentido de manera que ahora podía conectar distintos puntos de la Escritura que no había podido relacionar anteriormente con el evangelio de la justicia de Dios en Cristo que continúa siendo aplicado a mi vida en el presente. El evangelio me vivificó.

En la medida que pude recordar el evangelio, también recordé que la vida cristiana no se trata de la obra imperfecta del redimido, sino de la obra perfecta del Redentor. El gozo y la paz que sentí en el momento en el que salí de mi amnesia spiritual, cuando recordé que Jesús es mi justicia y que soy el objeto de Su amor, me hizo entender más claramente quién soy: soy un amado del Señor, no en virtud de mi obediencia imperfecta, sino en virtud de la obediencia perfecta de Jesucristo en mi lugar.

Como dijo Lutero,

“La ley de Dios descubrió mi enfermedad; el evangelio de Dios me dio el remedio.”

El mismo evangelio que me trajo al Reino de los cielos es el mismo evangelio que continúa dándome libertad, sanidad, y transformación. El Señor nunca cesa de sorprenderme con Su gracia cada día.

Sus misericordias son nuevas cada mañana, así que me encomiendo a Él por Su gracia, no confiando en mi propia justicia imperfecta, sino en la justicia perfecta de Jesús. Que la gracia y la misericordia de Jesucristo sean contigo en la medida que continúas escuchando Su evangelio. Amén.